Hablamos de duelo para referirnos al periodo de tiempo donde vivenciamos fenómenos mentales y conductuales relacionados con la pérdida. Son todas las reacciones que manifestamos ante ese acontecimiento lleno de carga emocional. De todas ellas, la muerte es la pérdida fundamental. Puede ser que ésta no sea muy grave y no afecte a nuestra capacidad de adaptación, ya que a lo largo de la vida vamos a sufrir diversos cambios que van a exigirnos una adaptación al medio, y la muerte es uno más. Pero cuando la pérdida afecta a nuestra capacidad de adaptación porque ha modificado en gran medida nuestra realidad, podemos necesitar ayuda para que este dolor no se cronifique y tengamos que lidiar con el toda la vida.
Cuando sufrimos la pérdida de un ser querido, de pronto se abre un abismo delante de nosotros. Nos embarga una emoción que a veces nos supera y no podemos imaginarnos la vida sin esa persona. Dependiendo de las características individuales de cada uno, estas emociones serán más o menos intensas.
Un duelo bien elaborado puede contribuir a nuestro desarrollo personal, a salir fortalecidos. Es decir, nos ayuda a descubrir herramientas personales que hasta ese momento no habíamos utilizado o que ni siquiera sabíamos que poseíamos.
Es importante conocer las fases por las que vamos a transitar hasta que el duelo esté integrado, en lo que sin duda puede ser nuestra nueva y diferente vida sin esa persona.
- Shock: dependiendo de cómo haya sido la muerte, el impacto emocional recibido por la persona doliente será más o menos intensa. Esta fase se caracteriza por la negación o no aceptación de lo que ha pasado. Es cuando nos decimos “no me puedo creer que él o ella ya no esté aquí”, cuando creemos que nuestro ser querido va a entrar en cualquier momento por la puerta, o cuando suena el teléfono y esperamos que sea él o ella.
- Turbulencia afectiva: en esta etapa sigue habiendo parte de negación, ya que se dan episodios de rabia, ira, injusticia, ansiedad, desamparo…
- Tristeza y desesperanza profundas: la persona ya ha aceptado la pérdida y ha dejado de resistirse a ella. Ahora su emoción es de pena profunda. Aquí está aprendiendo a vivir y a continuar hacia adelante sin la persona que ha fallecido.
- Reorganización y re-adaptación: cuando hemos perdido a una persona muy importante, nuestra existencia ya no volverá a ser igual. No podemos volver a lo de antes, tenemos que crear nuevos significados para nuestra vida, y es en esta etapa donde se elaboran. De nuevo volvemos a sonreír y a interesarnos por diversas cuestiones de nuestro día a día. Cuando no podemos restablecer vínculos con nuestras personas allegadas y nos cuesta conectar con una sensación de esperanza hacia el futuro, podemos considerar que estamos entrando en un duelo complicado o patológico.
Se dice que el tiempo mínimo para superar una pérdida es un año, ya que tienen que ir vivenciándose todos los aniversarios y fechas importantes: cumpleaños, navidades, aniversarios de boda… y finalmente el aniversario del fallecimiento. Cada caso es diferente, y que dure más tiempo no quiere decir necesariamente que la persona esté pasando un duelo complicado o patológico. Si somos los acompañantes de un doliente, es mejor no presionarles y tratar de ser lo más empático posible.
¿Qué hacer cuando nos encontramos en esta situación? En los primeros momentos del duelo estamos ocupados preparando los rituales funerarios, lo que contribuye a mantenernos en esa primera fase de shock. Cuando volvemos a nuestra vida “normal” es cuando notamos la ausencia de esa persona. Podemos sentirnos invadidos por la culpa, porque pensamos que hicimos o dejamos de hacer algo. Nos torturamos pensando que nuestro ser querido se marchó sin saber cuánto le queríamos. Este tipo de emociones al principio son normales, pero si se alargan mucho en el tiempo van complicando la superación de la pérdida.
He observado a través de mi trabajo con personas en duelo, que existe una resistencia a dejar de sufrir, ya que en nuestra sociedad tenemos una creencia muy arraigada que sostiene que si no sufrimos estamos traicionando la memoria de la persona que se marchó o que no le queríamos lo suficiente. Este tipo de reacciones dificultan la superación de la pérdida. Si no nos damos el permiso para ser felices, incluso viviendo sin mi ser querido, sin darme cuenta estaré eligiendo, de manera inconsciente, el sufrimiento en honor a la persona que se fue. Pero ¿Cómo podemos honrar verdaderamente a nuestro ser querido? Haciendo algo bueno con nuestra vida. Y esto ¿Qué significa? Cuando vivimos honrando una persona, deseamos traer su esencia al mundo y que las personas de alrededor la conozcan. Jorge Tizón, en su libro “Días de duelo” habla del concepto olvidar recordando. Esto significa hablar con nuestros allegados del ser querido que nos dejó, recordando al vivo y no al muerto; es decir, recordando lo bueno que era en vida, no lo triste de su muerte. Riendo y llorando juntos. Recordando su grandeza, y en su honor, hacer algo grande nosotros con nuestra vida. Vivir lo que él o ella no pudieron, reír y gozar en su honor. Manteniendo el sufrimiento a través de la culpa no se honra a los muertos.
Desde la perspectiva de las constelaciones familiares, se habla de lealtades invisibles inconscientes. No nos damos permiso para ser felices por una lealtad con el difunto. Con un movimiento amoroso desde el corazón, podemos hacer de una tragedia, nuestra obra más sublime. Conectarnos con la vida como nunca lo habíamos estado en ese momento. Y con lo aprendido ayudar a otras personas que están transitando sus propios duelos. Lógicamente llegar a este punto lleva su tiempo y su trabajo. Ante todo hay que respetarnos y no presionarnos en nuestros propios ritmos.
Cristian Gálvez dijo un día en la televisión: “la mejor manera de honrar a un hijo, a un hermano y a un amigo es reír. Convertirle en inmortal. Cada vez que lo nombremos seguirá vivo entre nosotros”. Y yo añadiría, agradeciendo profundamente el paso de esa persona por nuestras vidas.